Quiero cometer el error más grande del mundo

Estoy pensando en cómo hacer la carta perfecta. Que diga exactamente lo que nunca dije y que haga lo que nunca haré. Quiero que se plasmen todos los secretos que bailan en mi cabeza torpemente por las noches, para luego escurrirse de mis ojos y lamentar su presencia en las mañanas como nubes eternas.

Voy hacer la carta de mis sueños, una armoniosa melodía en papel. Escucharás el sonido de mi amor, de mi desprecio y de mis caricias. Te diré cuántas veces me dolió el pecho al verte tan hermoso y silencioso, anotaré la infinita culpa por acecharte y haré un acróstico de la humillación que pasé por tratar de convencerte. Remarcaré cada palabra y frase dicha por tus labios para que no haya duda de mi enamoramiento inesperado, te daré armas para que sepas cuan afortunada fui por escuchar lo que jamás podrás comprender. Seré muy explícita cuando se presente la oración tenerte a mi lado me hizo feliz, pero también fuiste un castigo y me cercioraré de que las palabras estén acorde con tu personalidad tan ambigua y juguetona. Habrá muchos hubiera querido y pocos cuando hice. Tendrás que aceptar una sensación incómoda cuando exprese con lujo de detalle la que yo sentí en una ocasión específica. Los ejemplos serán buenos y trataré de darte lecciones de vida; será mi forma de ayudar. Eso sí, casi al terminar, escribiré en mayúsculas el sincero gracias porque lo siento, lo necesito y de cierta manera te lo mereces. La hoja estará adornada con un marco de plegarias por ti, por mí y por los venideros tiempos de fortuna y dicha que imagino, nos tocarán vivir de lejos.

¿Y el final? Lo pienso más no lo escribo. Tenemos demasiados puntos suspensivos que ya no recuerdo como es el final. El perfecto punto y... final.