Y ahí estaba yo, desvelada y pesimista ante la idea de ser líder de un grupo cuyas edades menores a los 10 años siempre me han parecido un gran problema. El primer contacto que tuve con esos seres fue tímido y amable, no podía darme el lujo de que ellos olieran mi miedo y se percataran de mi insensible trato hacia sus pequeñas vidas pero tampoco pude pasar por alto la frialdad que algunos padres de familia tienen con sus hijos y los dejan a sus suerte esperando que alguien más haga su trabajo.
Cuando llegó la hora de encararlos en el salón y estudiar cada uno de sus movimientos, sentí como me cedían el control y sus caritas se veían animadas. Fue fácil. Un poquitín por acá, una sonrisilla por allá y listo, se irían cuando menos lo pensara sin siquiera sentirlo.
Y ahora estoy aquí prácticamente enamorada de treinta monstruos maravillosos de escasos ocho años de edad lamentando su repentina partida y extrañando sus demandas, sus quejidos, sus olores, sus lloriqueos, sus emociones, sus sonrisas...
Estoy aquí, escribiendo que los niños son asombrosos y que esa capacidad de entender su realidad siempre la voy a admirar. Creí que yo tenía el control y, al contrario, usaron sus artimañas infantiles para regresarme a los ocho años y me perdiera en un país donde jugar, comer, platicar y dormir es sumamente primordial.
Me perdí en treinta cabecitas de amor para dar y que muchas veces sus progenitores no quieren entender. Dejé que me llevaran de la mano a todo eso que había olvidado y ahora... no me quiero ir.
Así es, resignada me voy a quedar, abandonada por ellos y triste por mí cuadrado pensamiento que un día osé tener. Auch, duele.
Cuando llegó la hora de encararlos en el salón y estudiar cada uno de sus movimientos, sentí como me cedían el control y sus caritas se veían animadas. Fue fácil. Un poquitín por acá, una sonrisilla por allá y listo, se irían cuando menos lo pensara sin siquiera sentirlo.
Y ahora estoy aquí prácticamente enamorada de treinta monstruos maravillosos de escasos ocho años de edad lamentando su repentina partida y extrañando sus demandas, sus quejidos, sus olores, sus lloriqueos, sus emociones, sus sonrisas...
Estoy aquí, escribiendo que los niños son asombrosos y que esa capacidad de entender su realidad siempre la voy a admirar. Creí que yo tenía el control y, al contrario, usaron sus artimañas infantiles para regresarme a los ocho años y me perdiera en un país donde jugar, comer, platicar y dormir es sumamente primordial.
Me perdí en treinta cabecitas de amor para dar y que muchas veces sus progenitores no quieren entender. Dejé que me llevaran de la mano a todo eso que había olvidado y ahora... no me quiero ir.
Así es, resignada me voy a quedar, abandonada por ellos y triste por mí cuadrado pensamiento que un día osé tener. Auch, duele.
2 comentarios:
aww cositas!!!
que bonito..
cuando trabaje en un kinder awwww nonono era la mera ternurita..
saludosssss susanska
;]
Auch.. qué bello. En verdad, tener el privilegio de volver a vivir ese tipo de experiencias, es muy gratificante. Los niños te abren los ojos y hasta parece que te dicen: "hey, idiota, qué estás haciendo? no te abrumes! todo lo que necesitas está acá".
Saludos Susanska. Que esté bien.
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