lunes, enero 08, 2007

El mundo está dividido entre los que cagan bien y los que cagan mal.

La tía Minerva siempre decía: Si un hombre te chinga, quiere decir que no tiene los huevos suficientes para tener una mujer a su lado. Desde que tengo memoria, escuchaba a la tía decir y deshacer todo lo que se cruzaba en su camino. Cada palabra era un escupitajo de sarcasmo hacia la vida que según ella, la televisión había hechado a perder -Jamás creas lo que vez ahí niña, la vida no es así como la pintan- El pasado la atormentaba, no sentía el presente y el futuro no existía. Su destino estaba ligado al tormento obligatorio nostálgico, de esos que aparecen en la noche con risas e invitaciones indecorosas y nos deleitan con colores brillantes llenos de falsedad, necesidad, hastío, tiempo, sexo, humedad... y por el día, la realidad te embarraba la cara de sueño sin sueños y las esperanzas no entraban por la puerta del corazón.
Pasé los siguientes meses pensando que quería decir la tía con eso de los huevos. Al principio creí que se refería a los que cocinaba mi mamá cada mañana, pero en está casa jamás a estado un hombre y lo único cercano a un macho era Casimiro, el perro. Me daba pena preguntarle a mi madre, ella jamás me hablaría de esos asuntos y yo no le tenía la suficiente confianza como para hacerlo. Solo me quedaba Rosalba, la amiga inseparable y cómplice de los arranques juveniles de la tía Minerva. Contaba con unas largas piernas doradas y una cabellera color tizne hasta la cadera, usaba los tacones más altos que jamás haya visto, los labios rojos y el color plata en sus ropas era el signo de noche para que la identificaran, le llamaban la zopilota. Todo el tiempo señalaba mi nariz y me decía que tenía las mismas pecas coquetas y los ojos color aceituna de aquella puta.
- Tú tía no dejará de ser una ramera verdad- Sacó una revista del baúl que estaba en el closet. A mí me daba miedo entrar ahí, inventaba miles de historias e iba y se las contaba a los niños del barrio. Susurrabamos todas las locuras posibles: Debe tener un cadáver o mucha sangre guardada y reíamos. Esa mujer nunca le dió color con pintura a su cuarto, al contrario, lo llenaba de cartéles de todo tipo y pedazos de periódicos con notas alegres. Parecía que era el único lugar donde la vida le daba una nueva esperanza. Pero la esperanza nunca llegó, el miedo que teníamos jamás se fué y el closet de la zopilota se quedó solo el día que la mataron.
- Mira niña, estos son los grandes. Son la parte masculina de los hombres. Les dicen huevos por que tienen la forma de un huevo. Lo vez...
Demasiada información para una niña de ocho años, pero hasta hoy, nunca le dí las gracias por ser tan gráficas sus explicaciones. Mi tía estuvo tres días y tres noches encerrada en su cuarto cuando se enteró de su muerte. Al cuarto día salió como si nada hubiera pasado y dijo que ella no conocía a nadie llamada zopilota. Desde entonces tenía esa sonrisa fingida que a veces me incomodaba. Supongo que el dolor tiene diferentes formas para cada ser humano y la tía Minerva le dió la forma de silencio. De una bomba de tiempo que tarde o temprano estallaría y yo no quería estar ahí para verlo.
Mi madre amablemente me pidió que no tocaramos el tema. Siempre tuvo ese modo de hablar tan pausado y serio, que me hacía sentir como si no entendiera las cosas. Cuando tuve quince años le contesté que no me tratara como una estúpida, que no era como ella. Ups. Mala idea.
A pesar de que sus estudios no eran los mejores, tengo que presumir que tenía una memoria estupenda y todo lo que leía se le quedaba tatuado en la mente como si tuviera una especie de enciclopedia cerebral y cuando obtenía datos los acomodaba en categorías especiales. Pensé que yo iba a heredar su don, pero no, aprendí a estudiar. Murió de cáncer poco después de que me casé y me hizo prometerle que jamás votaría por el PRI.
La rutina jamás se perdió. Llegadas las seis, la doncella -como le llamaban a la tía Minerva en el barrio- se alistaba para salir a buscar el presente conformista. A las ocho tenía que estar servido su tequila doble en el tocador, un cigarro prendido y una botella de aceite de olivo -Te ayuda a no sentir tanto dolor-. Y para las ocho treinta iba a la sala y se despedía de todos. Doña Rita, mi madre, sentada en la silla tejiendo un no sé qué que jamás tuvo forma.
- Ya me voy
- Adios Tía.
- Ya me voy Rita.
- Mhju...
- A lo mejor esta es la última vez que me vez, despídete bien mujer.
- Siempre dices lo mismo y siempre regresas. Si no eres pendeja, te sabes cuidar.
Jamás ví que se dieran un abrazo. No se demostraban afecto alguno, pero las dos sabían que tarde o temprano una de ellas se iba a ir para no volver, que tarde o temprano mi tía sería una pendeja y que ella nunca terminaría de tejer ese no sé qué que jamás tuvo forma. Simplemente se dibujaba en sus rostros esa pequeña sonrisa de complicidad que bastaba para decir Te amo hermana. Eran más unidas de lo que pensaban y la manera en que reflejaban sus sentimientos era con gritos y golpes en la mesa de la cocina.
- ¡Tú hija lo que necesita es que le enseñes de la vida!
- Otra vez con eso... ¡estoy harta de volver a escucharte y sobre todo borracha!
- ¡Dejalá que sueñe Rita, que haga su propio futuro, que aprenda a defenderse!.
- ¡¿Tú?! ¿hablarme de futuro? ¿qué futuro quieres para ella, el mismo que tú tienes?
- ¡Ella tiene posibilidades Rita! déjala que haga su vida, no la tengas encerrada, ella es...
- ¡Claro que tiene posibilidades! ella jamás será una puta y borracha com...
- Como yo Rita, como yo...
- Minerva cambia de vida, te lo he dicho siempre. No me quieres escuchar...
-No hay nada que escuchar hermana, esta puta y borracha se va a su cuarto.
Ya tenía 18 años y las discusiones eran por el futuro de la familia: yo. La universidad era mi destino, decía doña Rita, pero yo no lo pensaba así. Quería quedarme con ellas, ayudarlas en lo que fuera, necesitaba estar con mi familia, con los míos. Para ese entonces no tenía muchos amigos y todas las niñas del barrio que crecieron conmigo siguieron los pasos de sus madres: casadas o putas. Solamente estaba Rosalinda, ella era mi única amiga. Tenía una deformación en la cara que le impedía hablar bien y solo trabajaba lavando ropa en la parte de atrás de su casa. Decía que se iba a casar con Polo, el hijo de la puta más vieja de por aquí y era tartamudo. Eran la pareja deforme, pero era la única pareja que se acercaba a lo que era el amor por estos rumbos... amor real.
Lo mejor de todo, era cuando la doncella se ponía a beber tequila directamente de la botella. Ese elíxir de la vida -según su filosofía- le daba la alegría y satisfacción que no encontraba en sus días.
Lograba arrancarme carcajadas cada vez que decía todas esas frases aprendidas por la experiencia y que no presumían más que sinceridad sin temor a equivocarse.
- Tienes que aprender niña que este jodido mundo se divide entre los que cagan bien y los que cagan mal-
- Pero tía, ¿tú donde aprendiste eso?-
- No importa como lo haya hecho, debes de saber que las personas más peligrosas son los estreñidos. Ven la vida dura, llena de caca atorada. Desgraciados...-
- ¿Y cómo voy a saber si están estreñidos o no?-
- ¡Solo viéndoles la cara niña! Siempre tienen la frente arrugada cada vez que les hablas y siempre dicen que no pueden comer esto o aquello y sobre todo siempre siempre siempre te regatean la cuota oficial del trabajo. Estúpidos, todavía que una aguanta sus culos tapados llenos de caca, que están feos y se atreven a decir que se cobra caro, pendejos.-
Después danzaba por el cuarto con lágrimas en los ojos, ebria de elíxir y decía que era dichosa porque no sentía nada. Demasiada tristeza en el aire como para no respirarla y notar que dentro de ella estaba el olor a libertad podrida, ilusión perdida... a cenizas. Estaba segura que un día le saltaría la Minerva Acosta de las entrañas y me mostraría la verdadera luz que se escondia debajo de esos párpados pintados de dorado y azul rey. Pero siempre se detenía a mitad de la danza y contaba la misma historia una y otra vez -¿Ya te conté la historia de la princesa que no quería ser princesa?-
-No tía, cuéntemela-. Mi madre me dijo que esa historia fue la única que le contó su papá antes de que los abandonara por otra familia -Es increíble como se acuerda, tendría como unos 3 o 4 años-. No importaba cuantas veces repetía el cuento, ahí estaba yo sentada en la cama y maravillada por los gestos de una persona recordando. Mantenía la mirada fija en un punto muerto en la pared y se tocaba la frente como si le costára decir la frase perfecta. Daba pausas en los mismo lugares de la historia y me miraba para que yo moviése la cabeza dando por hecho que escuchaba y su respiración era lenta y al mismo tiempo se aceleraba. Vivía la historia en carne propia cuando la pronunciaba y se ponía las manos en la cintura cada vez que la tonta princesa decía "no" a su futuro prometedor. Cerraba los puños como si luchara contra el recuerdo para que no se le fuera a escapar de la memoria y después cerraba los ojos y dejaba caer las lágrimas que le estorbaban para ver las oraciones que nacían de su boca. Reía, lloraba, tomaba tequila y me miraba... la costumbre era que cayera exahusta, la arropara en su cama y apagara la luz. Sin embargo, esa noche fue diferente y cuando terminó se incó a la orilla de la cama, puso su mirada en mí y el punto muerto se volvió mi frente y mis cejas y mi nariz y mi todo. Su aliento jamás lo había tenido tan cerca, noté que tenía pecas en la nariz y los ojos color aceituna de aquella puta a la que me parecía destilaban lágrimas negras.
- Tú nunca serás esa princesa estúpida que no quiso serlo. Prométemelo.
- Tía, yo...
- Dime que nunca vas a ser esa princesa... ¡que nunca vas ha ser como yo!
- Yo no...
- ¡Anda mocosa! ¡dímelo! Dí que nunca serás como tu tía Minerva, que no serás como yo...
Por un instante me asusté al ver la desesperación que la asfixiaba por dentro. Se estaba hundiendo y mis manos no eran suficientes para ayudarla a salir, no podía hacer nada para regresar el tiempo y mostrarle que la soledad es nuestra vieja compañera, nuestra cruz, nuestra vida, nuestra muerte. Que los inalcanzables anhelos eran posibles si tú te creías posible y que las horas no eran para esperar sino para vivir y soñar, que los espejos si son amigos del reflejo pero la mente no; que los poetas amaban a las mujeres y a los cielos y que los hombres enamorados amaban el alma y no al cuerpo. Quería decirle que era bella y que yo me parecía a esa puta de los ojos color aceituna. Pero pronto descubrí el miedo en el rostro de Minerva y la única persona destinada a darle una esperanza era la sobrina llena de posibilidades, la que brillaba en el futuro, la que tendría una vida feliz y sin preocupaciones. Era la obligación postrada y escrita en la segunda generación del árbol genealógico de las Acosta.
-Nunca seré como tú Minerva-
Los silencios no se hicieron esperar y todo cambió en el universo de las Acosta Grijalba. Los horarios impedían volver a unir los lazos que la niña tenía con la doncella. Ella trabajando y yo estudiando, ella durmiendo y yo tomando clases, ella bebiendo el elíxir de la vida y yo aprendiendo a manejar un carro, ella vendiéndose a la vida y yo conociendo al amor de mi vida, ella preguntando por la niña y yo diciendo que ya era una mujer, ella simplemente se marchó y yo me gradué, ella no estuvo aquí y yo me casé.
Nunca entendí por qué lo hizo. Ella anhelaba tanto verme convertida en lo que una vez soñó y sencillamente se fué sin decir una sola palabra. No conoció a Roberto y no estuvo en el nacimiento de Robertito. Tampoco estuvo cuando nos cambiamos de casa y no participó en la disputa que hubo para darle un nombre al perro. No plantó ni una de las flores que están el jardín al cual soy alérgica, ni miró el atardecer sentada en el columpio del árbol. No pensó en el daño que le haría a la única hermana que pensaba diariamente en la suerte que tendría si no estaba con ella. No se acordó de las noches en qué danzaba acompañada del tequila y ni recordó los gestos que hacía cuando contaba la historia de la princesa que no quería ser princesa. Minerva Acosta Grijalba nos dejó solas y con la sensación de haber perdido una parte de todo lo que somos.
Mi madre enferma y ya casada con el cancér se desvaneció un 13 de marzo sin saber de su hermana querida, la que no era pendeja, la que siempre volvía porque se sabía cuidar.
-Dile a esa cabrona que la voy a matar desde donde esté cuando la chingada muerte me lleve- me repetía siempre con lágrimas rodándole por sus viejas y acabadas mejillas. No estuvo en su entierro ni le llevó flores, no tomó un puño de tierra ni le dió el último ádios como era debido. No nos acompaño a las visitas formales que le hacíamos a la tumba y jamás miró cómo Robertito crecía e iba por primera vez a la secundaria ni cómo la pequeña y pispireta Minerva daba sus primeros pasos y le empezaban a salir esas pecas coquetas y esos ojos color aceituna heredados de su madre.
No. Minerva Acosta Grijalba se perdió de todo esto y hoy tengo la visita inesperada de un hombre sentado en el sofá, que toma café, que me sonríe, que no se cansa de decir que soy el retrato de la doncella y que me brinda en un pedazo de papel la esperanza que tanto quería y se aferraba doña Rita. La oportunidad de saber por qué nos dejó y no quizo reconocer a la princesa que siempre fué.

2 comentarios:

sOulStiCe* dijo...

Has escrito algun libro? Definitivamente este se a convertido en mi blog favoritos, pero sssssh! jeje.. Wow ke historia!!
Tienes futuro como escritora y princesa

Pachi dijo...

"La vida se divide entre los que cagan bien y los que cagan mal", es una frase que Garcia Marquez utilizo en su libro "El amor en los tiempos del colera", pero valla, tu tia le dio la explicacion que nunca le pude encontrar