No sé por qué los domingos siempre tienen que terminar así. Debería pues, hacer una evaluación de toda mi semana y estipular del 1 al 10 cómo es que me fue, hacer una especie de gráfica con puntitos, numeritos y así poder reclutarme en las estadísticas de la vida. Quiero una gráfica de pastel. Mmmh.
O tal vez no. Tal vez olvide el pastel y solo deba decir: me fue bien, de hecho no murió nadie querido, no me pasó algo malo, la TV sigue siendo la misma basura, las clases son clases y los amores... pues son los amores.
En realidad no sé por qué los domingos siempre suelen ser así. Me pongo toda amarilla y egocéntrica, y empiezo cortejando a las consecuencias diciendo: no hay ningún problema, no tengo nada que perder. Lo mejor de todo es que ya está perdido; con ganas de empezar pero sin querer encontrarse. Estoy enamorada de un hombre, de un nombre, de un corazón, de una cosa con patas... ¿y qué me gano yo? según tú el puritito amor, puras de esas cositas graciosas del destino. Pero entonces ¿por qué me siento perdedora y sin sonrisa?.
¿Por qué tienes que ser tan así domingo? Tan ambiguo, tan abyecto, tan cretino, tan abigarrado. Pecas de ufano, suntuoso, sibilino. Te muestras petulante, marcesible, intrincado. Maldito indolente, espúrico, procaz. Debes ser alóctono.
Qué domingo. Siempre siendo el final/comienzo. Siempre formando el puente para ver otro amanecer, otra parte del trayecto, otro pedazo de esperanza. Hoy domingo soy una pesada en cuerpo y alma, justificó mis peores errores, me lamento las propias lágrimas; perdono a todos esos comentarios que se alojan en mi cuarto, manejo considerablemente la falta de compañía en los peores momentos y para no leerme tan dramática, la pitza me hacer sonreír en la infame cocina.
Si todo fuera domingo; si la lluvia, si las malas palabras, si tus ojos, si los tropiezos, si las caricias, si las pasiones, si los esfuerzos, si la arena, si los besos, si tus labios, si las frutas, si las monedas, si las canciones, si todo fuera domingo, si todo lo fuera, si todo, yo... volvería a comenzar.
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Vendo el inventario de recuerdos de la historia más bonita que en la vida escuché.
Vendo el guión de la película más triste y la más bella que en la vida pude ver.
Vendo los acordes, la brillante melodía y la letra que en la vida compondré.
Vendo hasta el cartel donde se anuncia el estreno del momento
que en la vida viviré.
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